Por Anónimo (creo que ya no tiene mucho sentido seguir reafirmando el miedo que tenemos de firmar con nuestros nombres)
Gallegos cree que estoy obsesionado con él. En las noches, cuando hago la ritual travesía al baño, descubro su sombra proyectada contra alguna pared de la casa. Una sombra inmutable. Una sombra que espera algo. Una sombra que me dice que estoy obsesionado con él. Y yo le pregunto que si no tiene nada más que hacer más que perseguirme en las noches del siglo XXI para comprobar que todavía alguien lo recuerda, y él me responde muy ofendido que muy bien podría estar charlando con otros amigos en la Eternidad, pero que comprende que yo comprendo la importancia de su legado para el país, y que yo estoy obsesionado con él. Y yo pienso: vaya con estos viejos nostálgicos. Y yo pienso que se parece a tantos viejos jubilados a quienes después de su retiro una inercia les impide dejar de volver a trabajar porque descubrieron en algún momento (y esto supondría un pequeño drama privado, de lágrimas tragadas a nudo en cuello o palizas alcohólicas en alguna tasca de la ciudad) que ya hacía mucho se habían jubilado de la vida y sólo les quedaba el consuelo de sentirse útiles trabajando. Y yo veía en la sombra proyectada en la pared la melancólica postura de quien se resiste a no ser útil. Así que le hablo de descansar, de olvidarse de este país y este mundo que, a decir verdad, ya se fue al carajo y el último que apague la luz, aunque en este país ya ni eso. Y Gallegos muy airado contesta, con esa voz entre tempestuosa y sibilante propia de las almas en pena, que nada está perdido si se tiene por fin el valor de proclarar que todo está perdido y que hay que empezar de nuevo. Y yo asiento muy complacido con lo que acabo de escuchar, con el aplomo de las palabras de Gallegos que aún resuenan, que aún desde el más allá batallan, y no pienso, o no me detengo a contemplar, que las palabras de Gallegos ya las conocía, que ya las había leído, que ya las había memorizado luego de una lectura emocionada de una novela de Cortázar. Entonces recuerdo haber pensado que todo esto era producto de mi imaginación, que estos trasvasamientos eran mi culpa y que nada de esto estaba pasando, y que esa sombra no era la de Gallegos sino la mía propia proyectada sobre la pared por un reflector de la calle. Y de pronto todo fue silencio, y la compasión que de pronto sentí por Gallegos, por su aplomo, por su empecinamiento en ser útil a los "destinos de la patria" aun desde el más allá se borró por la nostalgia que de pronto empecé a sentir por la figura de Gallegos, por la figura del intelectual ascendiendo a la presidencia de la República por elecciones libres y directas. De momento la compasión por Gallegos no era sino un reflejo de la compasión por mí mismo extrañando los tiempos en que un civil, un intelectual, podía ser electo para dirigir mi país. Y luego la sombra desapareció. Y luego recordé que la sombra era mi sombra. Y luego desperté de esa dulce modorra de la tristeza que te sorprende a mitad de un pasillo durante alguna madrugada del siglo XXI y me di cuenta de que la luz se había ido otra vez en todo el sector, que por eso mi sombra había desaparecido y que pronto, a este paso, empezarían a proliferar nuevamente los mitos de espantos que el imperio de la luz eléctrica había erradicado del todo durante el siglo XX de la imaginería urbana. Mi país retrocedía al igual que yo desandaba el camino al baño no fuera a ser que en el camino se me apareciese el fantasma de algún expresidente melancólico y nostágico y lo tuviera que encarar.
Prefería aguantar las ganas de orinar hasta que amaneciera.
Prefería aguantar las ganas de orinar hasta que amaneciera.
5 comentarios:
... no entiendo cual es tu temor... (risa satánica)
Te esperamos...
Otro "por fin, al parecer la serpiente va dejando de morderse la cola". Ingenioso cuento, si acaso no el mejor, uno de los mejores del blog: perfecto juego de imágenes y voces. Y justamente, si por accidente pusieran a Esteban frente a Gallegos, sea el siglo que sea, el país que sea, o la dimensión que sea, este último lo abofetearía.
Lo dudo, mi estimado amigo. Gallegos detestaba la violencia. En todo caso le bastaría echarle una mirada que sería como una bofetada moral.
Lo sé, Fabián, tan sólo es algo figurado (recuerda a Bolaño en su entrevista sobre la inmortalidad literaria), algo como imaginar a Gallegos reprendiéndolo mientras lo toma por los hombros y le dice: basta, detente, abre los ojos, y luego le haría entender con mil detalles lo decepcionado que está; mi figuración, sin ninguna duda, tómalo como la voz de un deseo remoto e irrealizable.
Gallegos -de haber presenciado el ascenso de Esteban desde el fracasado Golpe de Estado del 92- habría estado decepcionado desde el principio, al ver en Esteban, en sus ojos y en su retante "por ahora", la misma prepotencia militar de aquellos que en el 48, en los albores de la democracia, de la primera democracia, lo sacaron a la fuerza de su promisoria presidencia. Sin otra razón que la militar, es decir, ninguna.
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